lunes, 5 de febrero de 2024

CLASE DEL 05 DE FEBRERO DE 2024

 TALLER PLAN LECTOR


Lea el texto con atención y subraye las ideas más importantes:

 

EL ECLIPSE1

Augusto Monterroso

Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada

podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado,

implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con

tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna

esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante,

particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto

condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que

confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro

impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a

Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus

temores, de su destino, de sí mismo.

Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las

lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron

comprendidas.

Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de

su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó

que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo

más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus

opresores y salvar la vida.

-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su

altura.

Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la

incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y

esperó confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su

sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la

opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba

sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas

en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de

la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la

valiosa ayuda de Aristóteles.







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